Nomenclatura del boquerón o anchoa
La primavera es la época de cita de los
boquerones o anchoas, con las costas cantábricas. Bien poblados cardúmenes se
dejan atrapar en la redes de cerco, procurando a los pescadores una de las
costeras más productivas y a los consumidores y buenos gastrónomos, un delicado
manjar.
El nombre oficial castellano del pez “Engraulis
Encrasicholus”, según el “Nomenclator de los animales marinos de interés
pesquero”, es bocarte si bien en la mayoría de los idiomas europeos, la
denominan con derivados de la voz genovesa “Ancioa”, cuyas raíces hay que buscar
en el griego “aphie”. Los vascos la llamamos fundamentalmente “antxua”, y en
algunas zonas, como San Sebastián, bocarte.
No ocurre lo mismo en Cantabria, allí el bocarte
es el pescado fresco, y se reserva el apelativo anchoa, exclusivamente para los
pescados que, una vez salazonados y limpios, se sirven rociados con un poco de
buen aceite de oliva.
Los andaluces hacen unas excelentes frituras de
boquerones, uniendo cuatro o cinco piezas por cola y pasándolas, en abanico, por
aceite bien caliente. Aquí en tierras norteñas, el boquerón es sinónimo de
filete blanco, conservado en vinagre.
Estos tres nombres hacen referencia a una
característica fundamental del pez, el enorme tamaño de su boca, tan ancha que
en ella entra, fácilmente, una moneda de quinientas pesetas, pues de canto.
En esta época del año frecuentan nuestro mar dos
tipos de anchoas, una grande, de color oscuro, excelente para la elaboración de
conserva, ya que entran en kilo del orden de 30 piezas (“granos” en el argot
pesquero) y otra blanca y más pequeña 80 granos, que, cuando está recién
capturada, se abre en dos, separándose la carne de la espina, en cuanto se le
pone en contacto con el aceite bien caliente.
Unas y otras desovan y la puesta, bien en forma
de huevecillos o de minúsculas larvas, va al fondo del mar, de donde remontan, a
comienzos de otoño, convertidas en anchoillas, que en Cataluña llaman “cent en
boca”. Estimo que la expresión es un tanto exagerada, ya que yo he contado en un
kilo medio millar de ejemplares. Las nuevas normas en materia de pesca, han
prohibido la captura de estos alevines, con el fin de dejarles crecer y
reproducirse.
Fritas (la pequeñas), cocidas o asadas como las
sardinas (las grandes), las anchoas son plato exquisito que no requiere de
grandes aderezos.
Quizá una fórmula simple y sabrosa, es la que
utilizan los pescadores a bordo, en un descanso de la faena. Se evisceran las
anchoas, se limpian bien con agua de mar. Se ponen al fuego con un poco de agua
salada, en cuanto empiecen a abrirse, se escurre el agua y se rocían con aceite
de oliva caliente, al que habremos echado un poco de pimentón.
¡Ojo que no se queme el pimentón!.
Autor: Juan José Lapitz/ Escritor Gastronómico y Académico de
Número.
Publicado
en la Revista “Apuntes de GASTRONOMÍAS”, Marzo 1999.
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